Un reciente estudio del Instituto Hospital del Mar de Investigaciones Médicas (IMIM) de Barcelona hace un pronóstico aterrador para el 2030: habla de que podría haber en España un 80% de hombres y un 55% de mujeres obesos. Nos asustan los datos, especialmente por la velocidad de los números en estos últimos años. Aunque, hemos de reconocerlo, no nos sorprenden.
Los países mediterráneos como Grecia, Malta, Italia y España tienden a abandonar la dieta propia, de proximidad, de temporada y rica en nutrientes y esto conlleva un crecimiento sensible, pero imparable de la obesidad desde 1990.
La obesidad como epidemia y como enfermedad de enfermedades es una realidad a la que nos enfrentamos desde hace tiempo y que, lejos de detenerse, avanza peligrosamente hasta amenazar nuestro sistema universal de salud con un importante aumento del gasto sanitario para paliar los problemas derivados de ella. En 2016 se destinaron a esta causa 1.950 millones de euros y, si la evolución actual se mantiene, la cifra podría superar los 3.000 millones en los próximos 12 años.
El 25% de la población en España es obesa o tiene problemas de sobrepeso. El ritmo de crecimiento de esta enfermedad, responsable de más de 100.000 muertes al año, es ya muy parecido al de Estados Unidos, el más obeso del mundo.
En cuanto a la población infantil y juvenil, España, con más de un 30% de niños entre 7 y 13 años con sobrepeso, ocupa el quinto puesto de Europa. Hoy hay diez veces más de niñas y doce veces más de niños de 5 a 19 años que sufren obesidad que en 1975, subraya Unicef en su informe «Estado Mundial de la Infancia». En el año 2000 el sobrepeso alcanzaba a uno de cada diez jóvenes, ahora a uno de cada cinco.
A tenor de esta situación, urge que las autoridades se pongan manos a la obra para frenar y revertir la epidemia con actuaciones y medidas concretas. Basta ya de atribuir la obesidad a un problema estético o coyuntural y urge, insisto, abordarla como una Enfermedad. Una enfermedad que se encuentra en el origen de otras muchas patologías que atentan contra la salud. Problemas cardiovasculares, de hipertensión arterial, respiratorios, músculo-esqueléticos, infertilidad, etc. tienen una conexión directa con ella. Se ha documentado, por ejemplo, que la obesidad se relaciona con hasta 13 tipos de cáncer (mama, endometrio y colon los más comunes). En otra esfera se encuentran los trastornos mentales o estados depresivos de diferente magnitud derivados de un elevado peso; y de conducta alimentaria como la anorexia nerviosa o bulimia, cuyo centro de impacto está en la relación con la comida y las grandes oscilaciones de peso corporal.
Asumido queda que la obesidad constituye un serio problema de salud pública y que está asociada a un mayor riesgo de sufrir comorbilidades. Esto implica costes directos e indirectos sustanciales que suponen una gran presión para el sistema sanitario en su conjunto. Especialmente grave resulta en el caso de los niños, con un nivel de prevalencia muy elevado y que ha continuado creciendo en la última década. Los niños obesos tienden a seguir siendo obesos en la edad adulta (hasta en el 83% de los casos) y tienen más probabilidades de padecer, desde muy temprano, enfermedades asociadas a la obesidad como diabetes tipo 2 o hipertensión arterial, claramente impropias de su edad.
Hay que tomar medidas desde todos los estamentos implicados y hacerlo desde ya. Políticos, educadores, médicos, investigadores, industria alimentaria y agentes sociales en general, deberemos trabajar coordinados para revertir esta realidad de proporciones epidémicas.
Menús escolares equilibrados controlados por nutricionistas, educación alimentaria integral para padres e hijos, más horas de educación física en los colegios, oferta deportiva pública para combatir el sedentarismo, incluso con el complemento atractivo de las nuevas tecnologías, proyectos ‘de salud’ en entornos profesionales y de ocio, etc. Son ejemplos de actuaciones que pueden y deben acometerse con los recursos humanos, técnicos y económicos necesarios. Que las instituciones públicas, apoyadas por y en otros organismos, tomen conciencia del problema de la obesidad y destinen fondos para erradicarla es esencial en la sociedad actual.
¿Y cuál es la responsabilidad de los investigadores en este reto? Sin duda avanzar en buscar y explorar dianas terapéuticas que nos permitan abordajes certeros y terapias eficaces. No buscamos vacunas infalibles. No nos dedicamos a descubrir pastillas mágicas que nos permitan comer cuanto se nos antoje sin engordar. Nuestra misión es otra y trata de abrir líneas de estudio, básicas y clínicas, y de activar programas que aborden la obesidad desde una perspectiva multifactorial e interdisciplinar a gran escala.
Desde el CIBEROBN con más de 400 expertos de talla internacional de más de 30 grupos de investigación de diferentes puntos de la geografía nacional, trabajamos en proyectos de gran alcance que persiguen abarcar todos los aspectos implicados en la obesidad, la nutrición y el ejercicio físico. A lo largo de estos más de 10 años de vida, hemos de referenciar multitud de avances y caminos concretos sobre los que deberemos seguir poniendo el foco.
El campo de la nutrigenómica, por ejemplo, que estudia la influencia de los nutrientes en la expresión de los genes, nos ha abierto grandes posibilidades. El de la epigenómica o de cómo los factores ambientales unidos a patrones alimentarios concretos y al estilo de vida influyen en la microbiota y en la expresión de nuestros genes, también. El descubrimiento de la grasa parda (‘buena’) como aquélla que se activa con el frío y funciona como una especie de calefacción natural que elimina aminoácidos que favorecen la diabetes y la obesidad, ha abierto una vía de enorme potencial en la lucha contra la obesidad. La utilización de las nuevas tecnologías como Realidad Virtual, Inteligencia Artificial o videojuegos en terapias de obesidad infantil o trastornos de la conducta alimentaria, también nos caracterizan. Los avances en las dos hormonas protagonistas de la regulación del apetito como la leptina o la ghrelina; o el eje gastrohipotalámico se encuentran también en nuestra ‘guía de logros’.
Desde el CIBEROBN hemos liderado y desarrollado además uno de los estudios de intervención de más envergadura en el mundo y el mayor en nuestro país: el PREDIMED (Prevención con Dieta Mediterránea) que camina ya por su segunda fase (Predimed Plus) y que pone en juego la importancia clave de determinados alimentos propios de la dieta mediterránea en la prevención de la enfermedad cardiovascular. Que el aceite de oliva virgen, las legumbres, verduras, cereales o los frutos secos son cardiosaludables y que seguir un patrón de dieta mediterránea (o de proximidad, como la atlántica) es bueno para nuestra salud, está instalado en la opinión pública. No tenemos que convencer de esto, pero sí seguir demostrando científicamente, con datos, e incorporando a las guías nutricionales de países como Estados Unidos o Australia, que es así.
Talento investigador, calidad asistencial de excelencia, alimentos saludables y accesibles… son algunos de los ‘pros’ que cuentan a nuestro favor en España para plantarle cara a la obesidad. Es necesario que exista voluntad política y empresarial y recursos suficientes para lograr contener y ‘adelgazar’ los números de la obesidad.